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  Los relatos II
 

EL PERRO (o "Probemos Provenzal") 
[2008]
(Nombre original: Probemos Marsella)

 
El siguiente cuento se escribió con motivo de probar una Epson Stylus 480

—¡Ninio! ¡Dejaste que saliera el perro! ¡¿Qué has hecho?! ¡La desgracia va a caer sobre nosotros!
—Quería fumar y me daba tos mamá.
—¡Ninio no contestes!
Mabel descargó un golpe en la nuca del infante, que rodó por el piso en graciosa pirueta. Era la hora del almuerzo y el televisor estaba fuerte.
—Mami esa mano es más dura que la otra, no la vuelvas a usar...
Niño tiene húmedos los ojos y los dientes apretados, como sus puños. Es pequeño y sabe que no tendrían mayor efecto en su madre si los usara para su defensa o para devolver el ataque.
—Tengo la otra mano ocupada —respondió con innegable lógica Madre.
Tragó saliva y le clavó su tierna mirada como un puñal en la cara.
—¿Qué mirá? ¿Queré seguirla? La hacemo' acá si queré...
Su puñito iba a estallar. Su cara estaba roja y el aire bullía por sus pequeñas fosas nasales. Sus labios se proyectaron hacia adelante con dureza. Una dureza que no alcanzó para detener la mano de Madre, que estalló contra su rostro haciéndole girar la cabeza y desparramando lágrimas en el aire. Era la tercera vez aquel día.
De pronto, aproximadamente tres cuartos litros de sangre, fragmentos de huesos y algunos trozos pequeños de tejidos y órganos variados como pulmón, páncreas, hígado, riñón, piel, grasa, intestinos y algunas otras substancias tales como bilis, excremento y orina (entre otros), se estamparon contra los azulejos celestes de la cocina.
Mabel descendió la mirada hasta su abdomen, donde se hallaba el boquete del que provenían todos los anteriormente citados tejidos estrellados contra la pared. Niño miró a través del enorme hueco. Se veía el televisor. Mabel cayó sobre sus rodillas, con la mirada entrecerrada, y al tiempo que perdía el conocimiento su cara bajaba y violentamente tomaba contacto con el piso.
Con temor, Niño miró hacia la puerta, donde había visto un macizo destello en el momento en que a Madre le volara medio estómago. Estaba el perro con una enorme escopeta y un faso entre los colmillos. Su mirada permanecía calma y emanaba una antigua sabiduría que se perdía en la noche de los tiempos.
—Tuve que hacerlo —dijo, como tratando de explicar algo que no puede entenderse.
—Pero... ¿por qué?
—Bueno, soy tu mejor amigo. Como tal debo ocuparme de tu bienestar y tu felicidad. Y estar contigo en los momentos difíciles.
—¿Como ahora, que mataste a mi mamá?
—Exacto.
—Pero, si querías mi felicidad... ¿por qué la mataste? ¡Era mi mamá!
—Ella causaba mucho dolor y sufrimiento en ti.
—¡Esto causa mucho dolor y sufrimiento en mí!
—Su trato impedía tu felicidad.
—Su ausencia impedirá mi felicidad. A pesar de golpearme y ser una pésima cocinera que me obligaba a usar trajecito de marinero yo la amaba. Nos unía un...
—... lazo de sangre. Lo sé. Madre e hijo.
—¿Entonces por qué lo hiciste? Sabes que no puedo vivir sin ella.
—No dije que vivirías —dijo el perro, volviendo a levantar el arma mientras avanzaba hacia Niño.
—Pero, dijiste que tu... que l... mi felicidad...
—Es que no podrías ser feliz si tu madre viviera, pero tampoco ahora que pereció. Lo único que resta es enviarte a un lugar donde no haya dolor.
—¿Creés en el cielo?
—No estamos debatiendo la existencia del señor...
—Ya sé, pero, entonces... ¿a dónde iría después de fenecer?
—No lo sé, lo único concreto es que dejarías de sufrir.
—Pero si me ibas a matar, ¿por qué mataste a mi madre? A fin de cuentas, si yo iba a estar muerto ella no iba a seguir golpeándome, y aunque insistiera en golpear mi cadáver, no hubiera sido esto relevante para mí debido a mi condición. Podría al menos haberme ido yo de este mundo sabiendo que ella seguiría con su vida y sin tener que llevarme como un pesado y penoso lastre. ¿Por qué no la has perdonado? ¿Por qué tuvo que partir?
—Porque... bueno, porque no se me había ocurrido. Era una buena idea.
—¡Mierda, perro! ¿No pensaste?
—¡Bueno, soy un perro! No tenemos inteligencia, ¿cómo se supone que voy a pensar, niño tonto?
—Estás hablando...
—Touché.
—Bueno, ya que la mataste, yo debería vivir. Así su muerte no será en vano.
—Lo siento —dijo recargando la escopeta contra su hombro—, pero esto debe terminar.
Niño retrocedió horrorizado, contrayendo todos sus músculos como tratando de detener el tiempo, de asir lo inasible, de escapar de esa realidad que parecía tan ficticia. En su marcha en reversa tropezó con el cuerpo despedazado de Madre y comenzó a caer de espaldas. Tratando de recobrar el equilibrio perdido alzó su mano derecha, mientras que giraba su cuerpo hacia la izquierda. En ese momento y mientras caía, la escopeta efectuó el disparo, el cual impactó en el brazo que tenía levantado, arrancándoselo.
—¡¡¡Ahhhhhh!!!
—¡Uy, perdón!
—¡Que amigo bárbaro, perro del orto!
—Bueno, vos te moviste.
—¿Mi bienestar se perjudica si me falta un brazo?
—Creería que sí...
—Estaba siendo sarcástico...
—De todas formas pienso acabar con tu vida. Tu brazo carecía ya de importancia.
—¿No había otra forma de hacer esto?
—No —contestó el perro—, la busqué durante mucho tiempo. Podría haber considerado la ayuda de un profesional para tu madre, o recurrir a servicios sociales y hacer que te encontraran una familia sustituta o que te adoptaran —abrió la escopeta y retiró los dos cartuchos usados—, pero como he dicho, mi único objetivo es tu felicidad —tomó otro cartucho y lo colocó en la escopeta—. Suponiendo que lograra colocarte en un hogar feliz, con gente generosa y comprensiva, día tras día surgirían problemas. Surgirían o los buscarías. Los buscarías o los generarías. O simplemente los imaginarías. No eres solo tú, son todos ustedes. No pueden ser felices. No nacieron para esto. Siempre sentirán que les falta algo.
—Suena razonable. Yo por ejemplo siento que me falta un brazo, forro.
La escopeta emitió un suave chasquido al cerrarse. El perro se la echó a la cara y apuntó al rostro de Niño, que estaba pálido a causa de la falta de sangre en su cuerpecito desecho. Por sobre el caño del arma se miraron, infinitamente lejos, y la voz del perro tremuló cuando le dijo:
—Te amo.
El noticiero anunciaba clima templado por la tarde en el momento que la descarga desmembraba el cráneo de Niño.
 
La escopeta, que ahora colgaba de la pata sin fuerza del perro, terminó por desprenderse de entre sus dedos y caer al piso. Pero al perro no le importó. Sus ojos se cerraron y una gota se desprendió de uno de ellos y comenzó a descender. El nacimiento de su hocico estaba ahora húmedo como lo estuvieran hacía unos minutos los ojos de Niño. Su lengua no se agitaba fuera de su boca, estaba seca y caliente. La sangre que se expandía por el suelo llegó a sus patas. Tibia y pastosa.
Un suave ruido como roce de franela llegó desde sus espaldas. Dándose vuelta, cayó sobre sus rodillas, y mientras otra lágrima corría por su hocico sólo dijo:
—Hazlo.
Lo último que vio antes de cerrar sus ojos y morir fue al gato saltando sobre él desde el aparador, blandiendo un hacha y llorando.
 
 
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