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  Los relatos I
 

EL ÚLTIMO 
[2006]

El momento estaba próximo. Después de tanto tiempo finalmente estaba allí, al alcance de la mano, palpable, tangible.

Años de su vida había dedicado a tratar de plantear, desarrollar y resolver muchos de los grandes misterios de la humanidad. Enigmas que habían desafiado al ingenio del hombre durante siglos. Sucesos y fenómenos que habían subsistido sin explicación desde el comienzo de la historia y hasta unas décadas atrás. Fue en la época en que él aún se encontraba terminando sus estudios en Oxford cuando estos comenzaron a tambalearse.

Al parecer, todo se había iniciado cuando cayó el último de los 23 retos que Hilbert había planteado en 1900: un matemático japonés enunciaba la demostración general para la hipótesis de Riemann y desataba el caos. Una furia matemática repentina pareció cobrar vida y con voracidad se lanzó sobre ellos. Todas las especulaciones y mitos comenzaron a caer bajo la ciega frialdad y maquinación del rigor científico.

Todos los grandes cerebros de la era se abalanzaron sin piedad sobre ellos, armados con sus reglas y teoremas, ayudados por las leyes y principios de la física, la cuántica y la química. Usando la investigación y la lógica. Duros procedimientos. Herramientas efectivas y argumentos cerebrales, edificando hipótesis infalibles y firmes sobre bases sólidas. Fundamentaciones macizas e innegables.

Aquellos enigmas, fantasmas de un pasado temeroso a lo desconocido, fueron perdiendo consistencia y uno a uno habían ido cayendo. Se habían formado incluso comités y agrupaciones dedicadas al exterminio sistemático de todo aquel fenómeno que representara un bache en el saber humano. No había espacio para esconderse. No hubo recodo sin inspeccionar.

Empezaron por los grandes. Luego de Riemann el primero que siguió fue el Big-Bang. Las últimas investigaciones sobre materia oscura habían proporcionado la última palada de tierra necesaria para tapar aquel gran agujero. Fue como sacar una carta del castillo. Lo que siguió fue un gran desplome.

Los agujeros negros, la creación del hombre, la aparición de la vida, la existencia del alma, de los ovnis, de la telekinesia, del bosón de Higgs, la extinción de los dinosaurios, la vida después de la muerte, el triángulo de las Bermudas, las pirámides, las líneas de Nazca, las formaciones de Carnac, Stonehenge, las estatuas de la Isla de Pascua, las combustiones espontáneas, el monstruo del lago Ness, la Atlántida, el proyecto Philadelphia, el viaje en el tiempo, las curaciones milagrosas, el vudú, el vacío de Bootes, las galaxias emisoras de líneas Lyman alfa, los poltergeist, el yeti, el rayo de la muerte de Marconi, los sucesos de Tunguska, el ataque a Pearl Harbour, la caída de las torres gemelas, las predicciones de Nostradamus, las leyendas urbanas...

También fueron desbaratados los misterios detrás de los asesinatos, muertes y desapariciones de Hitler, Napoleón, Kennedy, el zar Alejandro I, Anastasia Romanov, Carlos Nungesser, Dimitri Ivánovich, Ronald Amundsen, Kaspar Hauser, Marilyn Monroe, y los enigmas matemáticos de la talla del problema del viajante de Cook, las ecuaciones de Navier-Stokes, la teoría de Yang-Mills, las conjeturas de Birch y Swinnerton-Dyer, Hodge y Poincaré...

Finalmente, una vez aplastados los medianos y los grandes enigmas, mientras los gigantes de la ciencia descansaban y disfrutaban de su gloria  y difundían sus logros, dejaron irresueltos los más mínimos para que sus pequeños seguidores siguieran con la faena, pero ya era una masacre. En menos de 5 años ya no quedaron más que algunos, pálidos, enfermizos, escondidos en tomos polvorientos. Sufriendo en la espera.

Y ahora, frente a él, el último. Retorciéndose entre los pliegues de sus apuntes, aferrándose a los inciertos garabatos, mientras rápidos y firmes trazos dibujaban ecuaciones desangrándolo de tinta, exprimiéndolo sobre el papel, cada letra clavándolo como una estaca entre los renglones, inmovilizándolo para terminar con la disección, sujetándolo para el corte final, el golpe de gracia.

Se detuvo y se restregó los ojos. El final estaba cerca. Iba a terminar pronto. Pero quiso demorarlo. "Esto no pasa todos los días", pensaba mientras caminaba por la habitación hermética para devolverle la correcta circulación sanguínea a sus torturadas piernas. Estaba agotado tras la intensa cacería, pero el sabor era único. Podía paladearlo mientras bajaba las escaleras y salía del edificio en busca de algún negocio abierto que lo proveyera de un buen paquete de cigarrillos. El frío le dio más energía y eliminó los imperceptibles rastros de un sueño postergado durante noches y noches.

"No va a haber más incertidumbre. No va a haber confusión, ni dudas." repetía para sus adentros esquivando los charcos que había dejado la recientemente difunta lluvia nocturna. "No va a haber más miedo a lo desconocido, ni terror", mientras el quiosquero ponía en sus manos un paquete de Bensons y las monedas del vuelto.

Sacó el primero y lo encendió, deteniéndose a mirar la minúscula llama que salía de su antiguo encendedor de bencina, como si fuera la primera vez que viera el fuego, recordando toda la gente que había sido entregada a aquél para ser "liberada" de sus supuestos pecados.

Mientras soltaba la primera bocanada en la brisa matutina, sonrió y hundió satisfecho las manos en los bolsillos.

"No va a haber más dioses... ", dijo, y con paso ágil emprendió el camino de vuelta a su apartamento.


Nota 1: La conjetura de Poincaré pasó a ser el teorema de Poincaré. El 5 de junio de 2006 los matemáticos chinos Zhu Xiping y Cao Huaidong anunciaron la demostración completa, basándose en los trabajos preliminares del matemático ruso Grigori Perelman, quién había anunciado haber resuelto el enigma en 2002. El reconocimiento fue finalmente otorgado a Perelman.
Nota 2: La existencia del bosón de Higgs fue anunciada el 4 de julio de 2012 y confirmada el 14 de marzo de 2013.
 


EL ATAQUE [2006]

Guzmán estaba terminando de sacar los cajones a la vereda. Mientras acomodaba las manzanas y adhería a la madera el cartel que indicaba el precio, su mente divagaba en las noticias que la radio difundía. Fue entonces cuando ocurrió, al lado de las naranjas, mientras se preguntaba por qué pasaban esas cosas que pasan.

Se sintió súbitamente aturdido y mareado. Si bien se sintió confuso vió, al mismo tiempo, todo con claridad. Entonces una repentina náusea lo dobló al medio, y mientras su mujer lo veía y pedía ayuda a sus hermanas, Guzmán fue invadido por un miedo irreal e incomprensible que lo inmovilizó. Duro poco y mucho al mismo tiempo, apenas unos 3 o 4 interminables segundos en que una tenaza cósmica e invisible le quitó el aire de los pulmones y le secó la garganta. Se sintió a punto de morir, y realmente deseaba hacerlo para terminar de algún modo aquel suplicio. Y entones, tan violenta como inexplicablemente había venido, aquello se fue. Cuando todo hubo terminado, había una lágrima en su mejilla izquierda. Miró a su esposa, que lo contemplaba sin entender, y luego la abrazó.

Después de numerosos chequeos y análisis médicos, Guzmán y su familia se resignaron: si bien para suerte del joven verdulero el ataque nunca volvió a repetirse, jamás pudieron saber a que se debió el mismo. Ni nunca podrían haberlo siquiera imaginado.

¿Quién podría saber que una mañana cualquiera en un lugar cualquiera un error sin explicación en la sinapsis de algunos neurotransmisores en el cerebro de un verdulero iban a modificar efímeramente su percepción de la realidad y que esto, en conjunción con todos los pensamientos, información y sentimientos que deambulaban en ese instante por su cabeza le iban a dar otra visión, global, esclarecedora e infinita, que le permitiría entender, a través de todas las mentiras, medias verdades, falsedades, secretos, engaños y sombras, la causa y el fin de todas las injusticias del mundo, de todos los desastres, guerras y matanzas; que le permitiría ver entre y a través de todos los engranajes y resortes el funcionamiento de todo el conjunto en una forma simple, clara, transparente como nunca antes por entre los huecos del mecanismo?

¿Quién iba a poder decir que un día cualquiera en un lugar cualquiera, un hijo cualquiera de vecino iba a lograr entender, por 4 segundos, el funcionamiento todo del universo completo? Cada complot, cada transacción monetaria, cada golpe de estado, cada maniobra financiera de cada organismo monetario existente, cada tambaleo de la bolsa de valores, el asesinato de cada líder político. Todo.

Mucho se especuló y se dijo. Quién sabe. Tal vez esto no es cierto. Tal vez fue otra cosa. Cualquier otra cosa que el muchacho haya elegido creer. Tal vez no haya sido nada. Tal vez haya sido todo.

Lo único que sé es que Guzmán nunca volvió a escuchar la radio.
 

LOS SOLITARIOS [2006]

Lo recogió de la calle. Nunca supo bien por qué lo hizo, ni nadie lo comprendió. A Edgardo Cipriani no le gustaban los animales. Pero aquél perro...

Ya lo conocía de por el barrio, siempre lo había visto apartado de los demás, sombrío, distante, y ahora que estaba herido y casi muerto de frío, todavía se mantenía imperturbable, sereno, la mirada perdida en ninguna parte. Tal vez le hizo acordar en algo a sí mismo. Un solitario.

Llegó con el perro en brazos, y una vez dentro de la casa lo bajó. Jamás volvió a alzarlo. Y siempre tuvieron la misma relación; el perro buscó un lugar en el patio, del que nunca se movía excepto a la tardecita, cuando Edgardo volvía del trabajo y él se metía para recibirlo. Edgardo nunca lo saludó ni acarició. Ni siquiera lo miraba cuando él, sin menear la cola ni apoyarle las patas ni ladrar ni babear se le acercaba y se tiraba en la alfombra del comedor al lado del sillón donde miraba algún programa. A su manera, ambos siguieron siendo los mismos seres solitarios distantes del mundo que los rodeaba, aunque ahora era distinto: no estaban solos.

Una de esas tardes en que la puerta trasera estaba cerrada y no podía entrar, el perro (a quién Edgardo nunca le puso nombre) empezó a ladrar. Nunca lo había hecho. Corría por todo el patio aullando como loco, con una energía inexplicable en un animal de su edad, y después de años de no mover casi músculo alguno. Elisa, la mujer de Edgardo, tuvo que salir y atarlo a la rama del limonero.

Cuando volvió adentro y le preguntó a su marido que podría haberlo alterado, este no le respondió; dormía profundamente, y siguió sin despertar cuando Elisa lo llamó para que fuera a la mesa una, dos, tres veces, y cuando le tocó el hombro y aún cuando lo sarandeó.

La ambulancia llegó en 15 minutos, y estuvo en el hospital en otros tantos. A pesar de los esfuerzos de los médicos nada pudo hacerse y 3 horas después Don Cipriani dejaba el mundo tal como lo había transitado: en silencio.

Pero esta vez, no lo dejaron solo. Cuando Elisa volvió a la casa a buscar los papeles y documentos necesarios para todo lo que seguía, fue al patio a soltar al animal, y allí se encontró con otra inesperada desgracia.

La soga se extendía desde la rama del limonero hasta el tapial del fondo, de casi 2 metros de alto; del otro lado, ya inerte, el perro colgaba con la lengua afuera. De alguna forma que nadie se explicaba, el animal había conseguido saltar por encima del tapial, para ahorcarse con la correa.

No necesitaron hablar para entenderse, ni expresarse el cariño que se tenían, ni necesitaron hacer nada juntos para sentirse unidos. Y en el último momento, sin necesidad de ponerse de acuerdo, el perro no dejó partir al amo. No de esa forma.

Ellos siempre iban a ser solitarios, pero no iban a estar solos.
 

SOFÍA [05-09-06]

Sofía andaba y desandaba la calle. Arrastraba sus pies por Falucho ante la vista indiferente de los vecinos. Arrastraba su cuerpo y sus cicatrices, sus trapos, sus rosarios, sus pulseras y dijes y sus bolsos con diarios y papeles inmundos y todo eso que era su tesoro y su mundo. Hurgaba en los cestos de basura y descubría cada día nuevas piezas que añadía a su colección. Las metía en sus miles de bolsas de nylon o de arpillera descosida. Y volvía a caminar. Caminaba y disimulaba. Y cada tanto, trataba de advertirle a la gente.

Pero a la gente no le interesaba.

La gente la esquivaba, simulando alguna prisa, apuro por ir a ninguna parte. No se sentían asustados por ella, sabían que era inofensiva, pero cruzaban de vereda al notar su presencia, para no tener que pasar por un momento incómodo.

Ella no se dejaba desanimar. Simplemente seguía andando y buscando.

Solo los niños, muy de vez en cuando y si no se encontraban dentro del campo visual de sus madres, le prestaban atención. Dejaban que aquella anciana de piel de pergamino se acercara a ellos. Y ella miraba alrededor y con disimulo les colocaba la mano en forma de cono cerca del pabellón de sus oídos, con cuidado de que nadie oyera pero al mismo tiempo con una delicadeza y una ternura enormes, para que el niño no se asustara con su secreto.

Y en voz baja, muy baja, les susurraba: "el mundo está loco".
 

DESDE QUE OSVALDO SE FUE [07-09-06]

Lo conocí un día caluroso de octubre. Tenía un anotador ajado que usaba como anotador, agenda y biblia. Era eterno, deforme y abultado, y nunca se despegaba de él. Íbamos en colectivo a alguna parte y mientras hablábamos de temas sin importancia sacó una pequeña hoja, escribió "curioso", la dobló en cuatro y la encajó con una sonrisa en una juntura plástica de la parte trasera del asiento enfrente suyo. No recuerdo haberle encontrado sentido a la broma en ese momento, ni tampoco después. Tal vez nunca pude entender nada de lo que lo vi hacer. Ni creo que ninguno de los que lo conocimos haya podido hacerlo tampoco.

En las reuniones hablaba poco y nada. Paseaba la mirada por todos los rostros con la expresión curiosa y jovial de un niño, inocente y ansioso. Por momentos parecía casi feliz. Por otros, su mirada se perdía en un abismo que nunca pudimos ver, pero que nos aterrorizaba, aunque supiéramos que después iba a volver. Nos tenía ahí nomás, pero nos dejaba lejos. Nunca supimos a ciencia cierta por qué lo hacía, pero quizá fuera algo que él necesitara y lo dejábamos hacer.

Y dejábamos que nos interrumpiera mientras hablábamos de asuntos seguramente demasiado importantes, permitíamos que desafinara incoherencias y escuchábamos cuando fingiendo inventar alguna historia nos filtraba alguna verdad.

El tiempo se apiló sobre nosotros y los caminos se bifurcaron, partieron y deshicieron y nos separamos y él se quedó ahí, en una bifurcación, atónito o quizá pensando que era una fase de un juego que no quería perder. Pero se perdió, y fue muriendo cuando se terminó de deshojar su libreta, y muchos olvidaron el porqué de hacer cosas sin motivo, le perdieron el gusto al sinsentido, al azar innato a todo y a todos.

Y más de una vez me siento tentado de ser un poco niño y un poco estúpido. Después me siento avergonzado, avergonzado e incapaz, o cobarde. Y entonces lo extraño y pienso en qué lugar absurdo se volvió el mundo desde que Osvaldo se fue.
 

LA LEJANÍA DE LO CERCANO [2007]

No podía más con su ansiedad. Finalmente la ejecución de su plan llegaba a su fin. Alan había calculado todo. Hasta el último detalle. Repasaba mentalmente cada paso, aunque tal cosa no fuera necesaria. Todo estaba en su lugar y no había dejado nada sin pasar por el papel. De los engorrosos y desprolijos croquis iniciales había pasado hacía ya tiempo a complejos y detallados planos, limpios y claros. Nada de garabatos ni borrones. Alguna que otra modificación había sido realizada, pero no más. Caminaba velozmente enfrente de vidrieras que no se detenía a mirar, entre rostros que no quería conocer, restregándose las manos para alejar el entumecimiento provocado por el frío y disipar los síntomas corporales de su nerviosismo. A lo largo de muchos años su ascenso había sido trabajosamente calculado y las piezas necesarias para éste colocadas de a una pacientemente. Su vida cambiaría violentamente, y no tendría más que sentarse a contemplarlo. Cada correa estaba colocada en su correspondiente polea. Cada cojinete ajustado.  Cada engranaje había sido mecanizado, testeado, engrasado y aceitado y colocado en su lugar. Cada cuerda tensada. Cada pistón lubricado. Todo botón, toda tecla, solo esperaba ser pulsada. Todo estaba hacía tiempo en su lugar y lo único que lo había retrasado era él mismo, pués él era el único con ese poder. Él tenía el control del mecanismo y del único medio por el cual accionarlo. Nadie más. Él no necesitaba de nada, y sus planes funcionarían por sí solos, debido a la propia inercia de su puesta en marcha. Él. "Yo", pensó. "Mañana", dijo para sus adentros, después de tantas veces decir "mañana". Confiado cruzó la calle por la mitad aprovechando la momentánea ausencia de tránsito, se ajustó el echarpe y siguió caminando, esquivando gente rumbo a la calle Escalada. Por la misma, siete esquinas al norte, el semáforo se ponía en verde y el 506 gris que treinta y ocho segundos más tarde habría de acabar con su vida partió, sin saberlo, a su encuentro.


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